Mike Astor concibe su exposición como algo mutante, como un organismo vivo, algo que ha ido creciendo hasta llegar al clímax, y entonces periclita, comienza el desmontaje, el regreso al fondo originario: “He utilizado los espacios del On line casino para crear un ambiente, una situación, una emoción en la gente”.
Al cruzar la puerta de la calle lo primero con lo que se encontraba el visitante period, ya no está, una instalación que denunciaba el tráfico de órganos infantiles por la élite pederasta adicta al adrenocrónomo. Y ya aquí, a modo explicativo, la primera teoría conspirativa que crecerá sumativamente a lo largo de la cadena que asciende entre eslabones de jaulas por el hueco de la escalera. Esa primera instalación, cube Mike Astor es para abrir “la emoción contenida o el grito hacia esas personas en puestos de responsabilidad, autoridades políticas, militares, eclesiásticas que deberían tomar cartas en el asunto. Hay muchos casos de desaparecidos y nunca se obtiene ninguna respuesta”.
Ya arriba, en el salón de baile, otra instalación centrada en los atentados del 11 de septiembre, sobrecogedora. Siéntese en el sillón, contemple en la pantalla las explosiones de los aviones, analícelos detenidamente. ¿Hágase preguntas? Por favor la basura ideológica a la papelera a su izquierda; a su derecha, junto a la tele, una montaña de zapatos ¿de quienes perecieron en el atentado? Por detrás, en los paneles, la teoría o teorías conspirativas. La voz de Mike, de una dicción acelerada, segura de sí, también me lo va diciendo: “Yo, a través de los atentados del 11 de septiembre, empiezo a tirar del hilo y descubrí muchas cosas que la verdad oficial oculta. Ahí es donde empieza el viaje private y el viaje hacia la oscuridad propia. Al descubrir verdades ocultas al público uno descubre sus propias debilidades y miedos. Ese es mi viaje, ir hacia la oscuridad para encontrar la luz. Hasta aquí es hasta donde yo he llegado. Yo quiero andar descalzo por el campo, andar descalzo por el monte y sentir la madre Tierra”.
La exposición ’Alegría, ciclogénesis creativa’ entona un viva a la vida, la vida que es crecer y decrecer, como la primavera y el otoño, en un ecosistema donde la muerte forma parte del equilibrio. Le hago notar que la exposición está preñada de símbolos de muerte, muerte y tal vez resurrección: varios crucifijos en una orla de cadenas de motocicleta, como lo fuera la doctrina del Cristo, con elementos de una sexualidad oscura, sádica.
Advertido Mike Astor sobre esta apreciación de ausencia de alegría en su exposición, responde: “Para que uno esté alegre tiene que regurgitar o tiene que sacar de sí todo lo malo. Sí, yo puedo estar contento pero dentro de mí hay un pesar… Al last estamos hablando del trauma social colectivo como es el caso del 11 de septiembre, las niñas de Alcaser o el Covid 19”.
Sobre los pasquines acerca del feminismo, que pretenden ‘desmontan sus abusos’ y la mentecatez de la corrección política, le comento que mi lectura es irónica y le pregunto si se podría leer de otra manera, a lo que responde: “Se puede leer desde la corrección política”.
Con respecto a la Covid-19, muestra un rimero de folios de hasta medio metro de altura. Documentación, no de Wikileaks, que pretendería demostrar que esto ya se sabía antes de que ocurriera: “Están aquí los documentos que dicen que España exportó, en el 2018, 470.000 $ en exams médicos para detectar el coronavirus”. Pero si todavía no existía la Covid-19, le digo: “Entonces volvemos a lo mismo, me responde, ya he conseguido generar una incertidumbre y una confusión, y eso es la misión del arte y de esta exposición en concreto”. A ver si lo entiendo, le digo, tú lo que quieres es generar una confusión para hacer pensar. “Sí, es así,” responde.
Al preguntarle sobre su último trabajo sobre los crucifijos, cube: “Son un collage… toda la exposición es mi estudio de investigación, mi locura psychological diaria de leer artículos científicos y de política. El trabajo del artista es reunir estos objetos, parte de mi vida diaria.”
El crucifijo primero, enmarcado entre cadenas y catalinas de moto, me evoca un erotismo mecanizado con efluvios de Satán, le espeto. “Es así, me responde, es una denuncia. Yo me meto en mi oscuridad, la de mi herencia judeocristiana; pero tenemos ahí una pantallita, un ‘black mirror’ en el que estamos viendo imágenes pornográficas, que invade hasta a los niños pequeños. Y eso también lo quiero denunciar. Estoy trabajando ahí el tema tabú, el del fetiche, el de la oscuridad y el de la mecanización y desaparición de los sentimientos hasta ‘desemocionarnos’ y llegar a ser como robots biológicos. Yo he traído aquí todo lo que he hecho durante años.” Ante el segundo Cristo agazapado en su mandorla de látigos y cadenas, incrustado en el torso de una mujer de negro, cube: “Una mujer, una dominatrix.”
La exposición culmina en una especie de altar con el motivo de la tumba del rey Okay’inich Janaa’b Pakal I, en Palenque, que representa el viaje cósmico: “Una máquina de activación del viaje cósmico. Estamos ante una obra inacabada, como todo lo mío”. Una obra en construcción y en destrucción, le sugiero. “Lo que pretendo es que la gente se lleve algo de aquí, una concept, una emoción, y el último día tiro todos los zapatos, todos los libros y todos los cuadros a la basura…y me desprendo de ellos. Porque al last el artista lo que quiere es empezar siempre de cero…” Entonces decías que esto es una ascensión hacia…, le interrogo. “Eso es como el viaje interestelar, podríamos decir que es una especie de cámara de teletransportación cuántica, o un OVNI. Aquí abajo representó nueve constelaciones, arriba los planetas con sus símbolos. Es como una especie de altar a la naturaleza, a la música.” ¿Querrías expresar que se da una íntima unión de todo lo existente con el cosmos, que es el mismo cosmos?, le pregunto. “Sí, un altar a la naturaleza”, concluye.