
El anuncio que hizo el ministro Guzmán sobre el déficit fiscal proyectado en el Presupuesto del próximo año, en torno al 4,5% del PBI, pareciera ser más otra táctica de la specific estrategia negociadora del titular de Economía que una meta en sí misma. El dato no sólo obligó a los economistas a recalcular escenarios posibles para 2021, incluso generando cierta desilusión entre aquellos que esperaban ver una trayectoria más pronunciada hacia el equilibro fiscal, sino también a tejer especulaciones sobre cuál es el plan detrás. Cuando todavía resta transitar el último cuatrimestre del año, con las mismas incertidumbres que imperan desde marzo pasado, el consenso estima que 2020 cerraría con un déficit fiscal no menor al 7% del PBI. De modo que ese sería el punto de partida para enhebrar el camino en pos de ir emprolijando las cuentas fiscales. Ahora, si bien el punto de partida provoca escalofríos, no debe soslayarse que de esos 7 puntos del PBI hay un gran componente de gasto público vinculado a la pandemia. De modo que en la medida en que los estabilizadores automáticos empiecen a actuar las necesidades de financiamiento se irán reduciendo. Los últimos números fiscales ya han mostrado cierta mejora. Dado que por el solo hecho de ir flexibilizando o reabriendo actividades la recaudación empieza a mejorar de la mano del crecimiento y a medida que el nivel de actividad aumenta se van requiriendo menos gastos especiales (IFE, ATP, and so forth.).